martes, 22 de abril de 2008

Una Historia. Una Guerra 29 años después. (Primera Parte)

Las Historias de Meme

Todos los hechos que aquí se cuentan son verídicos, en función de lo cada quien vivió durante nuestro conflicto armado. Se han cambiado nombres, y algunos lugares para que no haya ninguna bronca, problema, evitar malos entendidos, bueno bonche, lío, chunche con los demás, o como sea que se llame. He aprovechado los hechos para escribir una historia real, adornada con tintes de alguien que sueña ser escritor

Mi papá tenía una finca en la zona cafetalera de Ahuachapán, o cerca de allí, el mandador, que le ayudaba era Manuel, Meme pues. Había sido miembro elite, desde la creación, del batallón Atlacatl, seguridad personal del comandante Monterrosa; además de ser un gran ser humano y un gran salvadoreño.

Peleaba con el oficial al mando, un teniente recién graduado de la escuela militar, (o sea un mono mocoso recién graduado y con sueños de ser Rambo) pues le decía que no podían irse por donde él decía, pues era un barranco muy grande y que era muy riesgoso, que podrían ser victimas de una emboscada; el oficial le ofreció castigarlo en el cuartel si no obedecía sus ordenes, (lo puti..%45#= oo) pues él era un simple soldado, y el un graduado de la militar.

Ese día, más de 70 hermanos regresaron al Padre, pues la guerrilla los embosco y solo unos pocos de los 80 hombres regresaron al cuartel, los demás fueron asesinados. Como entender digo yo que todos somos hermanos, y que cada muerto no está muerto, sino solo devuelto a la realidad etérea de la eternidad, sin dolor, sin odio, sin partido político.

Caminaban por unos cañaverales, la neta se arrastraban, según cuenta Meme, sentían el roce de la caña, el olor a abono, se sentía en cada movimiento el afate propio de la caña, picaba y molestaba el rostro, las manos, a pesar de lo áspero, de lo sucio, de lo tosco. Caña de azúcar, que endulzas nuestro café matinal, y el vespertino, y en el caso de mi madre, los otros ocho del día también. Junto a ellos iba el Chucho, un comando especial del Atlacatl que gozaba matando y que además le gustaba violar mujeres y niñas sobretodo.

Junto a ellos habían hecho caminar a 2 hermanas de unos 13 y 15 años y su abuela; las chicas eran de lindo rostro, chalatecas; estaban sudorosas, cansadas, afligidas, abusadas, la menor, con su vestido amarillo, y retoques blancos, sus florcitas bordadas, de esos baratos, de esos de pueblo, ella lloraba un poco más.

El vestido, ese lindo vestido, sencillo pero con la candidez, con la hermosura de esa niña, ese vestido, era más lindo. Me imagino a la madre, a su mamá, comprándolo, negociando el vestido, ofreciendo unos pesos menos, pero soñando con lo linda que se vería su niña, aunque sea pa´ ir a misa. Ese amor, ese sentimiento grandioso que sienten las madres cuando compran algo lindo, y sueñan ver a su hija como la modelo, de Gerber, de Simán, de donde sea, pero modelo, su niña querida.


A las dos niñas, el Chucho y otros las habían violado varias veces, en los más de 30 kilómetros que habían caminado. Estas niñas hechas mujer, por la fuerza de la guerra y la defensa de la patria, y su abuela estaban muy cansadas, según cuenta Meme, y el oficial le dijo al Chucho que las dejarán allí, pues los retrasaban mucho.

Como buen comando del Atlacatl, sanguinario y cruel, pidió a la menor de las dos, a esa del vestido amarillo, a esa que lloraba porque no quería ser mujer todavía, a esa que bendijo el cura, a esa que le compraron el vestido para verla como princesa, aunque sea en el monte, aunque sea en el cantón, ella tenía derecho a ser princesa; a ella le dijo arrodíllate y agárramela con la boca; saco su machete, el cual llevaba a la espalda, en un acto, donde el machete corto el aire, y su filo despertó a la mariposa monarca, en su santuario mexicano, en ese mismo instante, decapitó a la joven de un solo golpe.

La de 15 años se tiro al suelo a llorar a su hermana y acto seguido corrió la misma suerte. La anciana le grito “maldito, maldito” y el Chucho la emprendió a machetazos contra la anciana; ésta, al borde de la muerte y con la cabeza medio cortada, con su pelo entrecano salpicado de sangre, de su misma sangre, le gritaba, “maldito, en el nombre de Dios te digo, que de este día no pasarás”; el Chucho riendo como tantas veces lo había hecho mientras mataba a sangre fría, solo sonrió y terminó su trabajo. Las mujeres ya no los retrasarían más, no estorbarían en la defensa de la patria, de la nación, del orgullo castrense. Esas tres comunistas que van a misa para disimular, esas putas comunistas que creen en Dios, y que venga el bendito, esas que tenían sueños de princesa, esas que compraban pan. Esas hijas de puta no estorbarían más.

Decía Meme, que él le tiene miedo a la maldición de las ancianas, y que todos los de su escuadrón también, pero el Chucho solo sonreía.

Horas más tarde, antes de que el sol dejará de alumbrar el cañal, en el instante preciso en el que parecen mares los cañales, ellos seguían al ras del suelo para avanzar, pasando desapercibidos con sus uniformes, el afate ese sí que molestaba, ese sí que picaba. A lo lejos, muy a lo lejos, se escucho un disparo casi imperceptible, solo un pequeño disparo, una burla de arma, una burla del destino, una bala, en una guerra, es parecido a un grano de arena en la playa, una no es ninguna.

El viento estaba calmada, el afate no picaba, todo era calma, mientras esperaban en el suelo poder avanzar, cuando se escucho un grito ensordecedor, era el Chucho a quien el disparo, más que de francotirador, era de bala pérdida, le había perforado la nalga, y se le había alojado en un huevo; el maldecido gritaba y se devanaba en el suelo del dolor, se retorcía con el gesto de dolor único, ese que podía hacer que un comando especial sintiera temor, ese que ponía la carne de gallina, ese que dicen traía la maldición de la abuela de las chicas decapitadas. Ese temor que viene de la mano justiciera de dios, del dios de los hebreos, del dios de los de Santiago de María, del dios que cobraba la promesa hecha maldición.

Ese gesto, la mueca de dolor profundo hizo que se encogiera el corazón de todos los presentes, se les olvido el monte, se les olvido el uniforme, la preparación, se les olvido la muerte propia y contemplaron la muerte ajena, la del Chucho, que sangraba por su miembro, por el ano, y pedía que lo mataran de un tiro. Nadie lo mató, ni sus compañeros, ni la anciana, él escribió su propio destino, sus circunstancias, no era castigo divino, pero eso lo entiendo hoy, más de 25 años después.


Manuel llego al cuartel, hablo directamente con Monterrosa, y pidió la baja. Ya en tiempos de paz, no sabía si había desertado o su baja había sido considerada. Nunca mato con maldad, solo mato en defensa propia. Ese era Manuel, con corazón de niño amoroso, con espíritu de paz, con sueños de hijo de Dios. Esposo fiel, abnegado a los hijos ajenos, y con amor salvadoreño.

Donde está hoy no sé, me encantaría verlo y poder transmitir su amor y conocimientos, la guerra no tiene por que corromper el corazón del Hijo de Dios, bueno de vos, de mi, de mi tía, ni de mi prima, pero tampoco el de Dios.

Esa niña que un día sería princesa, la del vestido amarillo que su madre compro regateando, a ella deberíamos hoy honrarla, santificarla, y amarnos un poco más.

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