Una Historia. Una Guerra 29 años después. X ParteEn Paris en el Hotel des Invalides, donde se aloja el museo de la guerra o de la armada, pude apreciar cientos de ejemplos sobre el arte de la guerra, si es que le puedo llamarlo arte. Cuando digo el arte de la guerra, no hablo de ese famoso libro, ¡no!. Hablo del arte expresado en armas mortíferas, que siempre me atraen. Bellos cañones, hermosos sables, relucientes armaduras, que incluso fueron hechas para infantes, como ahora hacemos los uniformes de fútbol, que es ahora nuestra justa moderna.
En la sección dedicada a las guerras mundiales contemple reliquias de los campos de concentración nazis, donde tenían a los judíos. Al pasar cerca de donde muestran uniformes auténticos de campos de concentración, sentí una vibra, algo raro. Es como que en esa tela todavía quedará impregnado el dolor, la muerte y el llanto. En el recorrido, un poco más allá de esos uniformes que obligaron a utilizar al pueblo judío, una pantalla con videos originales de los bombardeos y los combates; los muertos son como en toda guerra, no menosprecio el sufrimiento, pero muertos y dolor es lo que produce cualquier guerra, independientemente del color de la piel, o de la ideología, o religión que profesen.
En la pantalla a mi izquierda, un bombardeo sobre Londres, miles de bombas cayendo como lluvia metálica, con pólvora y metralla. Abajo el pueblo desesperado corriendo, al sonido de las sirenas, que avisaban la llegada del enemigo, y sus sangrientos instrumentos de imponer su ideología. Comparado con los bombardeos en las zonas urbanas de El Salvador, solo encontré una diferencia nada más. ¡Las sirenas!
Las sirenas, la gente corriendo, niños, mujeres y todo el espectáculo dantesco, que horror, que sufrimiento; no pude dejar de pensar que en mi país, las cosas fueron diferentes. En la Zacamil, nunca escuche una sirena avisando al pueblo la llegada de aviones enemigos; bueno las sirenas que escuche eran parte de la Cruz Roja o Verde, de quien fuera. El enemigo éramos nosotros. Si quiero pensar y emular la segunda guerra mundial, la sirena podría haber sido el grito de una mujer, digo de niños y mujeres indefensas en refugios improvisados en el primer piso de cada edificio. No había refugios antiaéreos; no había sirenas de nuestro gobierno protegiendo en la medida de sus posibilidades al pueblo.
En la Zacamil pude sentir lo que es vivir bajo las bombas de aviones militares que descargan su furia contra la guerrilla, olvidando la presencia de gente inocente. De hermanos y madres, de miles que pensaron que sus sueños no serían, de muchos que sus sueños ya no fueron.
Les juro que el poder darle un beso más a nuestra madre, en esas condiciones no tiene precio. No debería tenerlo en ningún caso. Pero en ese momento, darle un beso y un abrazo de consuelo tienen un valor inmenso, pues cada madre, pienso, que igual que la mía abrazaba a sus hijos dándoles lo único que tenía para protegerlos, su amor. Ese Amor que viene de Dios.
En mi cotidianidad, esos recuerdos se han borrado, pero en situaciones como esta, es imposible que sean eliminados. Una vez he comenzado a escribir estas frases, mis ojos se han puesto rojos, y mis lagrimales han comenzado a humedecerse. Como dije, los recuerdos en la parte conciente de mi ser casi se han borrado, pero no en mi corazón. Los gritos de desesperación, ese llanto combinado con oraciones, Padres Nuestros mal dichos, puteadas, gritos de basta ya, no pueden borrarse. No vivo en estos gritos y esos llantos, vivo el ahora; y trato de decirme que recordar no siempre es volver a vivir; o quizá los recuerdos me den la oportunidad de vivir diferente la misma situación, de rehacer esos días en el ahora de paz.
Cuando la ofensiva termino, las fuerzas de ocupación; del ejército gubernamental; comenzaron a adoctrinar a la población. A decirles y mostrarles lo nefasto de la guerra, y de los daños provocados por el enemigo, por esos malditos guerrilleros que le vinieron a robar la paz, a El Salvador, esa paz que no existió jamás. Paz no es la ausencia de violencia. La paz involucra la dignidad de las personas. Y al ejército de esa época, se le había olvidado eso. La paz aún no llega a El Salvador, por que la dignidad humana, todavía no se asoma por nuestras fronteras, digo para la mayoría.
Pero bien, recuerdo al capitán que con orgullo y dotes de político daba su discurso, señalando los edificios multifamiliares destruidos, en ruinas. Edificios que expelían olor a muerto, a humo, a llanto. Recuerdo a ese vecino, ese que no aguanto más la mentira y le pregunto al capitán: ¿Los guerrilleros tienen aviones? La sonriente cara de aquel capitán, hijo de salvadoreño, hermano de tantos más, cambio de blanca a roja, de felicidad a descontento, y sus gritos diciendo que ése había sido un caso especial;. solo un caso especial, no lograron cambiar la verdad.
Lo especial había sido que cada edificio de los que pude contemplar, tenía perforaciones de bala de esas que arrojan los helicópteros. De cohetes tipo rockets, de esquirla de bomba de 500 libras o de las que fueran. Para mi, cada bombazo no lo media en libras, sino en suspiros y llantos; en vidrios rotos, en paredes que temblaban peor que en terremoto. El peso de las bombas que arrojaba el gobierno contra la población civil, es despreciable; pero las bombas, la muerte, la destrucción, el miedo y el dolor que produjeron no.
El gobierno se acostumbro tanto a mentir, que lo obvio lo hacía obsceno. Era depravante señalar las ruinas de la colonia y decir que esa era la consecuencia de la ocupación guerrillera, consecuencia directa, era el producto intrínseco de la misma acción criminal de los piricuacos. Mentir y mentir, engañar y ni siquiera pulir las mentiras lo considero más que vergonzoso, lo considero falto de inteligencia. Lamentablemente no han mejorado mucho su nivel en los últimos 20 años. Siguen mintiendo en lo obvio. Eso es abusar de la bondad de los corazones del pueblo. Eso no es democracia; al menos para mi eso no es gobierno. Eso es solo un partido político en su turno de poner el presidente.
En aquellos días, mi respiración se combinaba con la de mis amigos, que se habían ido a refugiar a mi casa, pues sus padres no estaban en la colonia y ya no pudieron entrar. Mi respiración se cortaba con cada bombazo. La angustia de mi madre era evidente. Sus rosarios, sus padres nuestros eran incesantes. Cada vez, cada bomba, cada estruendo, una plegaria poco silenciosa por que eso acabará de una vez.
Mis plegarias se confundían entre solicitar un cese del fuego y hasta pedir una bomba directa hacía donde estábamos. Mi plegaria era que acabará, que acabará de una sola vez. Sin importar como.
Nuestros cuerpos estaban casi muertos, al menos en agonía, a pesar de no haber sufrido mayores golpes o heridas, la agonía de sufrir y de oír sufrir, de escuchar gritos y oraciones, plegarias y rezos; de suplicar por nuestras vidas. La agonía era cotidiana, era constante. de noche y de día, sin descanso.
Los aviones O2, a los que nosotros les decíamos papayas, se escuchaban rozar la zona, hagan de cuenta que cuando pasaba el avión no había tanta angustia, la angustia venía cuando se escuchaba que el motor había cambiado su ritmo, como cuando ustedes van en su carro y de cuarta meten tercera para hacer compresión en el motor. Entonces venía la bomba, entonces nos elevábamos del piso sin quererlo y rebotábamos de vuelta cuando caíamos o caía otra bomba.
En la oscuridad de noviembre, sin luna y deseando que no apareciera, las bombas no cesaban. Los gritos de dolor, esos gritos que rompían el canto de los ángeles; gritos en la lejanía, pero también en el apartamento vecino. Gritos que penetraban como dardos agudos en mi oídos; la onda sonora llegaba en haces de luz casi visibles, detenidos en el tiempo, en el espacio y su roce con mi piel, con las cavidades de mis orejas que dirigían el sonido hacía mi tímpano, era visibles, eran innegables, eran de dolor.
Los gritos combinados con los relámpagos que producían las herramientas de liberación del pueblo, las bombas de los aviones que mataban al enemigo, a nosotros, a la población civil; la causa esos gritos quiero perdonar y hasta voy a olvidar, pero es imposible borrar de la historia, de nuestra historia patria.
Los ayees, los quejidos, esos me ensordecían, esos no me dejaban escuchar con claridad las bombas. La gente gritaba en mi apartamento, en los apartamentos vecinos, en la calle, a la distancia, donde fuera, era imposible no gritar, es imposible hoy no llorar.
Recuerdo con claridad que Don José gritaba desde su ventana basta, paren no tiren más bombas, que aquí hay niños, que aquí esta mi mamá, basta por favor no tiren más. Sus gritos solo se confundían con la metralla de los aviones y helicópteros, sus gritos se quebraban, su llanto era apaciguado por su mujer que le decía José éntrate, que te van a matar, y él gritaba mujer si nos están matando mujer, como cucarachas. No tiren más. No tiren más, por favor no tiren más, las lágrimas se evidenciaban en su voz.
Un grupo de mujeres, de valientes mujeres se atrevió a salir una mañana después de un bombardeo, y otros curiosos las acompañamos, con una sabana blanca curtida por el sol, por el detergente y la lejía, como nuestra bandera blanca, con nuestra bandera de la paz. Como símbolo universal de no agresión. Símbolos desconocidos en quienes masacran al pueblo. Pero bien, logramos llegar a donde estaba un grupo de soldados, los cuales obviamente nos encañonaron en el acto. Niña Rosario pidió que no nos tiraran más bombas, y el oficial disfrazado de soldado solo le dijo, señora mejor váyase de allí, que por mucha bandera blanca que ponga, si hay terroristas les van a tirar.
Si hay terroristas les van a tirar
Si hay terroristas les van a tirar
Si hay terroristas les van a tirar
Esta frase se repite en mi mente, y los niños y la gente, los que no somos soldados de ninguno de los dos bandos, no contamos, no valemos, no somos humanos. ….¿Éramos enemigos del gobierno? En fin, y sin fin, el fin justifica los medios. Para matar.
Sin hay terroristas les van a tirar, así que mejor váyanse, de allí. Y ella pregunto para donde y como.
Ese es problema suyo, respondió el oficial, y mire que viene mi charlie enojado y no las encuentren aquí que las van a cuetear.
Dignidad, método, objetivo, el fin siempre ha justificado los medios para los gobiernos salvadoreños. Eso no lo creo justo, y si bien no creo en el pecado. Aún me duele entender esto. Aún creo que puede ser diferente. No entiendo como pueden dormir tranquilos, no los militares ni pilotos de esos aviones; sino los políticos que siguen bombardeando al pueblo con mentiras y rociando metralla de hambre y pobreza.
Creo que los que están en el gobierno, siguen siendo torpes. Si la libre empresa, los sueldos dignos, esos darían más riqueza a aquellos que ya la tienen. Y menos pobreza a la gran mayoría.
Los gritos, los llantos las plegarias, me hicieron recordar que en El Salvador, los bombardeos a la población civil, por aviones pagados por los impuestos de todos nosotros; nunca fueron avisados como en Europa. La sirena siempre fue, los primeros muertos, los segundos y todos los dolientes.
Las sirenas que sonaron en Europa, esas no sonaron en la Zacamil, pues el gobierno, atacó a la población civil, con la excusa bendita de acabar con la guerrilla. Eso en el área urbana, y en el Mozote, y en el Sumpul, campo, y en las tierras donde nadie llegaba, que habrán hecho. Dios bendiga a mi gente.