Escrito original de Daniel Joya. El correo de Daniel es danjoyas@yahoo.com.
Nota de Moro: Deportado es un viaje a nuestro país, a la verdadera esencia nuestra, las historias de nuestra gente, de generaciones enteras, que se repiten en diferentes escenarios, es una historia vigente. Hoy por hoy estamos viviendo el libreto de una realidad desgarradora, que separa seres queridos y solapa, vicios sociales.
Salió del aeropuerto impactado por el mar de gente arremolinada en el área de espera. Parado en la acera no se recuperaba del choque contra la nueva realidad de su país. En algún instante hubo de titubear antes de encontrar la salida hacia la calle, pero salió con paso firme, sosteniendo la bolsa de nylon en la que portaba dos camisetas, un blue jean, dos calzoncillos, un par de sandalias y el Nuevo Testamento que le regalaron en la cárcel.
Esos predicadores evangélicos son como garrapatas; pasan por los centros de reclusión entregando copias del Nuevo Testamento y una vez te echan el ojo comienza el adoctrinamiento. No te dan agua repitiéndote que Cristo te ama, que dio su vida por ti, que solo necesitas creer en él para salvarte del infierno, en fin, te atiborran de Biblia y testimonios de convertidos, luego sin que lo notes te critican sin paños tibios, inculpándote de tu misma desgracia. Por ultimo aceptas que estás caído cual escoria y terminas con los ojos cerrados, saturado de remordimientos de conciencia, llorando a mares y clamando al Padre Eterno que te perdone por los pecados que recuerdas y los que ya olvidaste, las faltas que quisiste cometer y las que pudiste haber cometido sin darte cuenta. Una mañana de domingo, estos hermanos llegaron como de costumbre hasta su centro de detención y hallándole deprimido le torcieron la voluntad para que aceptara el plan de salvación. Ahora dudaba si lo que pasó en realidad fue por fe o para quitarse de encima a los insistentes evangelistas. Mito, seudo ficción o la pura neta, el caso es que entre sus colegas de prisión, algunos habían sido transformados por esa ola pentecostal y ahora antes que armar rencillas o imponerse bravucones, no hacen más que predicar el evangelio a sus camaradas, oficiales y visitas.
La mañana de su cuestionada conversión amaneció con los ánimos por el suelo. Y es que en la larga noche que precedió su mente estuvo clavada en la casa. Sin saber si soñó, se tele transportó o si sufrió descompensación de la realidad; miró a todos en la sala, con los rostros largos, vomitando frases de lamento por su detención. Ahí también estaba su amigo Raúl, puesto a la orden para lo que se ofreciese. Después todo quedó oscuro y al siguiente parpadeo se remontó a la casita de la masacre. Volviendo en sí de su desmayo preguntó si acaso lo ultimo que creyó haber visto y oído no fueron sino productos del ataque epiléptico. No le importaría que el lugar donde sucumbió fuese el mismo, mientras las muertes inocentes no hubieren ocurrido. Enmudecido por la impresión, rechazaba lo que topó contra su vista; el yatagán del Sargento de su Sección se erguía clavado en el estomago de la preñada y la cabeza del viejo hubo rodado hasta sus pies. Deprimido por los recuerdos, pidió perdón al Santísimo y a las mil vírgenes por las
balas que disparó antes de entrar a la vivienda. Le dolía la mollera, se le hincharon los ojos, la saliva se le amargó y esa noche se alargo en exceso, no habiendo sido capaz de conciliar el sueño sino hasta entrado el amanecer. A buen seis de la mañana despertó temblando de frío en la calurosa celda, se hincó con esfuerzos y como no sabía orar se tragó la profunda necesidad de desahogarse ante Dios.
Pasado el respectivo chequeo de aduanas y del récord criminal ante los agentes de INTERPOL, logró moverse sin trabas entre la multitud que ansiosa juntaba las miradas contra el único punto de evacuación de pasajeros en el aeropuerto de Comalapa. El tumulto se parecía en cierto modo a las fiestas patronales de su pueblo. Viejos con sombreros y reloj Citizen mostrando las hendiduras en sus rostro y cuello, niños chineados, otros haciendo sus primeros pininos tomados de los brazos de alguno de sus padres, luego las manadas de cipotes que seguían por orden de edad hasta los más robustos; esos que quizás ya no recordaban como eran sus progenitores alejados en la búsqueda del dólar. El también tenía un hijo en El Salvador o asumía tenerlo de su tiempo en el servicio militar. Mientras estuvo destacado en la Costa Usuluteca se enredó con una muchacha a la que abandonó conocido el embarazo. No volvió a buscarla para evitar las responsabilidades de la paternidad; sin embargo, antes de emprender el viaje decidió visitarla no fuera que más tarde apareciese reclamando cuotas alimenticias no pagadas. Las segundas razones de la búsqueda serian los diceres de uno de sus antiguos camaradas del cuartel, quien le comentó haberlo conocido en un torneo de foot-ball y juraba le salió su vivo retrato. La ultima y no menos importante razón era ese sentimentalismo que se apodera de algunos previo a partir a tierras lejanas, no sabiendo lo que le esperaba por el camino, ni lo que pasaría al otro lado de ser un viaje exitoso, tampoco estaba seguro que volvería. Verlo al menos por una vez evacuaría ese pendiente.
Tres días antes del auto-destierro al Norte madrugó a tomar el bus que lo llevaría a la Costa Usuluteca. Para su sorpresa le informaron que Lorena, como se llamaba la bicha que él tuvo la dicha de hacer mujer, se trasladó a la capital sin que nadie supiese exactamente de su paradero, oficio y demás detalles. Le contaron que el día de su traslado a San Salvador caminaba acompañada por un hermoso niño de dos años y medio, ojos cafés como los suyos, al que bautizaron con su mismo nombre. Una de las cosas que más le mortificó de ahí en adelante y que nunca compartió con nadie, mucho menos con su esposa, fue ese remordimiento de padre irresponsable, que renunció a su suerte al primer fruto de sus espermas. ¡Como deseaba conocerlo, abrasarlo, pedirle perdón e iniciar un nuevo capitulo afectivo con ese producto de su sangre!. A lo mejor la deportación lo devolvía a su tierra para darle la oportunidad de hallarle, ofrecerle el anhelado abrazo y de allí partir en una estrecha relación paternal.
A pesar del abandono de su primer hijo, sentía ser un padre proveedor. Desde el nacimiento hasta su adolescencia, se había sentido orgulloso del hijo mayor, el segundo para ser más exactos, dada la existencia del desaparecido. Este su muchacho, nacido a los seis meses de matrimonio, sano y robusto, piel oscura cual la suya, salvo que el retoño no aguantó los fuertes soles que el padre tuvo que pasar durante la niñez, trabajando en el campo para ganarse la vida. Bueno, como sea, este cipote no le salió pecho inflado como él y los parachutes de la Fuerza Aérea, sino hombros caídos y pelo de rancho, muy distinto al suyo, semejante al de Ramón, uno de los hijos mayores del hacendado del caserío y para rematar tirándole a tartamudo igual que el susodicho. Los primeros años de vida de Nicolás, como bautizaron al retoño, distaron de manera positiva de los suyos. La niñez de José si que fue dura, a los doce años trabajando junto a los adultos por la mañana, ya que la tarde pertenecía a la escuela. Así aprehendió a leer y a soñar con la superación.
Con todo lo dicho, su varoncito salió cascorvo, a diferencia del papá y por ahí decían las malas lenguas que de no saberse la paternidad se le atribuiría al propio Ramón, amigo de la familia que sirvió de mensajero cuando José andaba cortejando a la Rosa. Ese primer hijo (técnicamente el segundo), no sufrió lo arduo de las labores agrícolas, sin embargo, a sus dieciséis años se aburrió de esperar el envío mensual de remesas, pidiendo a los padres que lo mandaran a traer de inmediato so amenaza de emprender el viaje por su cuenta. No lo tomaron en serio hasta que hubo partido, solo, de repente, con cincuenta dólares en el bolsillo. En el camino consiguió trabajo por un año en Guatemala, de ahí avanzó otros cuatro meses a Méjico donde cargó bultos en una terminal de trailers. Jugándose más tarde la aventura de polizón en los trenes cargueros, logró cruzar por Phoenix, estado de Arizona. Pidiendo aventón llegó a Maryland y precisamente cuando rezaban por el aniversario de su muerte presunta, se presentó al apartamento vivito y coleando.
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