martes, 1 de julio de 2008

Deportado, Quinta Parte

DEPORTADO (Quinta Parte)
Escrito original de Daniel Joya. El correo de Daniel es danjoyas@yahoo.com.
VIII
Salió del aeropuerto impactado por el mar de gente arremolinada en el área de espera. ¿Que valor tenia ahora la vida, alejado de los suyos y sin el afán del trabajo de la construcción que llegó a ocupar más del setenta por ciento de la razón de su existir?. Independientemente de haber nacido allí, El Salvador ya no era su país, dejó de serlo desde que lo obligó a emigrar, carecía de atractivo para quedarse, ni siquiera sus calles lucían limpias, el smog estaba más contaminado que en Maryland, la gente lucía ordinaria, desnutrida y burda, todo se presentaba más compacto y desgastado que en los Estados Unidos. Esta caja de fósforos tan pequeña como el estado de Delaware ya no era su tierra sino un remedo de territorio donde ejercía dominio el subdesarrollo.

Parado en la acera no se recuperaba del choque contra la nueva realidad de su país. Entre las mujeres, maquilladas para la ocasión, unas vestían el tradicional vestido de un solo fondo, mientras que otras parecían estar a la moda; americanizadas al punto de exponer el ombliguito y los tatuajes arríbita de las nalgas. Miró también aquellas de entre las más coquetas, que influenciadas por las telenovelas, mostraban desde la piel de los hombros hasta el borde de los bustos; no importaba el tamaño, sino la provocación. Y en esa congregación de tetas, desfilaban pechos de todas las tallas y formas; los largos, filosos y caídos por el manoseo; otros redondos e inflados como queriendo romper el sostén; por ahí algunos pezonudos y deformes, acostumbrados a lactar luego del climax; además de los pequeños, planos y ultra discretos, infra-desarrollados a pesar de la vida paseando por muchas bocas; y por ahí también aparecían los medianos, puntiagudos, bien dotados de carne, embusteros igual que los de su mujer; esos que mojaban las ganas y se enrojecían al roce de su lengua.


De ver lo que pudo e imaginar el resto, se excitó sobremanera recordando las escenas eróticas en su lecho matrimonial. Por los asuntos del trabajo, siempre regresaba más exhausto que presto a cumplir con el deber de intimidad en su relación conyugal. Presintiendo sobre su falla, a veces mientras dormía sentía que una mano le acariciaba suavemente los bordes del pecho, bajando despacio por la boca del estomago, hasta terminar cogiendo sus genitales cual si fuesen un gajo de mangos. Pero ni con eso levantaba vuelo; antes que excitarse, lo fuerte del cansancio le impedía despertar para complacer a la frustrada mujer que pasado algún tiempo empezó a cuestionar la virilidad de su hombre. Por la tradición de no discutir ese tipo de temas, muy marcada en las familias Latinas, optó por no presionarlo, acostarse con la ropa puesta y dejar que las cosas pasaran a suceder un par de veces al mes. De ahí la necesidad de opciones alternas en los bares y discos. Si bien, cuando el acto ocurría, seria por el rebalse de energía afrodisíaca, y aunque disfrutaba de su marido, se inhibía de realizar ciertas locuras y fantasías sexuales aprendidas en otros contextos. No quería ser juzgada de cola caliente y despertar los celos del esposo, quién parecía falto de preparación para entenderle sus deseos desenfrenados.


Dicen que no hay mal que por bien no venga; así que el encierro le ayudó para recuperar los bríos gastados en la construcción. Los dos meses previos de cárcel sin visitas íntimas despertaron en el hombre deseos incontrolables de sexo casi como en los días de su juventud. Durante sus años mozos, en cada licencia del servicio militar acostumbraba frecuentar los burdeles y pasar revista al staff. De puerta en puerta en aquellos antros, borracho y buscando la válvula o vulva de escape a sus emociones contenidas por la guerra, entraba con tres o cuatro trabajadoras del sexo en la misma noche. Eso le hacía sentirse más hombre que el resto; todo un gallito giro, indiscutiblemente macho, con coraje para aceptar operaciones suicidas; un Rambo chaparro, prieto y panzón, al estilo pipil. Vencido por el abuso de alcohol, algunas veces lo tuvieron que llevar a casa en calidad de bulto y en otras despertó sin saber donde estaba ni la orientación sexual y nombre del ser humano yaciendo a su lado. Por suerte se trató siempre de una mujer.

- Que vengan diez, cincuenta, cien o la cantidad de guerrilleros que Shafick quiera mandar, que aquí está su tata, gritaba con una cerveza en cada mano.
- Cálmate que a estos puteros viene de todo. El otro día los comandos urbanos
ametrallaron a un grupo de prales en el salón de al lado.
- A mí me vale v...

Cuando le inundaba la euforia, faltaban sujetos o palabras que le hicieran entrar en razón, así que para evitar escalonar las diferencias era preferible dejarlo soltar los trastornos a grito partido al calor de mariachis y cervezas atrofiando su cerebro.

Vuelto al presente, seguía en su asombro por los cambios operados en su país. Se le hacía infrecuente el mar de gente y la diversidad de estados anímicos reflejadas en cada rostro, pero ante todo le costaba digerir cómo, a pesar de la pobreza en su tierra, el jubilo destacaba en la mayoría de los presentes.

Definitivamente aquello parecía carnaval. ¿Acaso esperaban algún personaje famoso?, ¿sería que ese era el único día de la semana en que llegaban aviones de los Estados Unidos?, pudo haber pasado que por curiosidades del destino esa fuese la exclusiva ocasión en la que medio país se congregaba a la salida del aeropuerto, ¿estarían deportando a la mayoría de sus paisanos y él no se dió cuenta?, las preguntas sobraban; total, fuese cual fuere la razón de semejante tumulto, lo cierto era que su país cambió. Dos décadas atrás estuvo allí, por cierto la primera y única vez que hubo visitado el mismo aeropuerto, para despedir a su prima María que viajaba a Méjico con un paquete turístico que se ganó por ser fiel oyente de Radio Cadena Central, una de las estaciones de AM. Vinieron a su mente los días en que juegan los RedSkins o cuando suceden las demostraciones contra el Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, a las que por cierto asistía para deleitarse con la nueva modalidad de pronunciamientos nudistas recién implementadas por jóvenes radicales. Comparado con esos eventos y la afluencia al aeropuerto internacional de Los Ángeles, el lugar no parecía tan atestado de bultos humanos; sin embargo aquí la gente aparecía como saliendo de un panal, para rellenar los pasillos, parqueos, terminales y todos los espacios del único aeropuerto civil de su país

- Con permiso, con permiso.
Repetía tímidamente la frase abriéndose paso para ubicarse en algún punto despejado, más le era imposible moverse con rapidez; borrachitos, mujeres preñadas, niños y ancianas pidiendo “un dólar”, en su diario intento de conseguir el pan y satisfacer otros menesteres, se agolpaban a su alrededor compitiendo por el lugar más estratégico para asegurar la limosna. Se le presentaban escenas paralelas de las que una y mil veces presenció en el Southeast de Washington DC, solamente que ahora se trataba de hermanos de su raza, y no los negritos, a los que sin detenerse a conocer sus identidades siempre consideró cargas del Welfare. En su país con mayor justificación que en la unión de estados más influyente de la tierra también abundaban la pobreza, los homeless y la discriminación contra los menos favorecidos del sistema. Y si todo eso seguía latente, ¿que sentido tuvo la guerra por conservar la libertad?, pero, ¿cuál libertad, si la gente continúa aplastada por la opresión económica?; nada mejoró a pesar de tanto muerto; más bien, al contrario; admitía a regañadientes que la carencia de oportunidades daba asidero a la plataforma insurgente.


Irónicamente, esos a los que con coraje combatió, los mismos que mataron a batallones completos de sus camaradas, destruyeron la infraestructura y amenazaron con expandir ateismo, hoy gozaban de significativa cuota de poder. Sentía absurdo ver de alcaldes y diputados a los que su coronel le dijo era menester matar, antes que pisoteando la bandera de la libertad hundieran a tu nación en la pesadilla comunista. En fin, independientemente de ellos, los terengos, ¿que valor tendría haber defendido a una patria en la que era sencillo detectar las diferencias sociales?. Después de haberse divorciado del odio de las armas apuntando desde hermanos contra hermanos, ¿porqué seguía la gente muriendo en su lucha por escapar de un país que recibía casi tres billones de dólares anuales en concepto de remesas familiares?.


Sofocado por el desorden, la bulla, el nudo de cuestionamientos, la ola de calor tropical y la vergüenza de regresar en las condiciones en que volvió, quería tomar un taxi, pero no estaba seguro si los escasos cinco dólares que portaba alcanzarían para llegar a San Miguel, a la casa del Tío Pablo, su padrino de pila. También tenia hambre y precisaba tomar algo que aliviara la resequedad en su garganta. Ese extraño dolor, harto conocido, deambulaba entre su espalda y pecho sintiendo que se quedaba sin oxigeno. Sin darse cuenta le rechinaron los dientes por algunos minutos, las uñas se le encurrucaron y sin hallar razón suficiente, sintió miedo, profundo miedo al devenir desconocido que le esperaba en ese irreconocible suelo.

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