Vivo en una ciudad fronteriza donde la muerte ronda y asecha día a día a aquellos que se han visto involucrados en el narcotráfico. Personalmente, no comprendo la muerte, ni la guerra, y tampoco esta guerra. Algunos meses antes del asesinato del Poncha, mataron a un vecino que supuestamente estaba involucrado en esa actividad. Los vecinos, aquellos los más religiosos, aquellos los más puritanos, los más castos; esos dijeron un perro menos.
Nunca vieron las lágrimas de la madre del perro; tampoco vieron la cara entristecida e incrédula de los niños que eran hijos de esa persona, de ese hijo de Dios. Todos para mí, somos Hijos de Dios. Toda muerte es dolorosa para alguien. Otros dirán, ese nunca vió las lágrimas de la madre del niño a quien le venden la droga; lamentablemente debo estar de acuerdo. Tienen razón.
Pero aquí no hablaré de esa muerte. Y quizá tampoco de la muerte de mi querido primo, el Poncha. Hablaré del entierro de mi primo hermano. Cuando se dieron cuenta de que su cuerpo había sido encontrado cerca de Cojutepeque, la familia palideció, su madre se volvió medio loca en Los Ángeles, queriendo tomar un vuelo hacía mi patria; para dar el beso final a su hijo. Mis primas desconsoladas, recogieron su cuerpo. Un cuerpo lacerado como el de Cristo; y aquí a todos aquellos que digan que no puedo comparar a un narco con Jesús, les pregunto, ¿Qué diría Jesús?
Hasta este momento, nada nuevo, una tragedia más. Sin embargo, su casa se fue llenando de flores, sencillos arreglos pagados o hechos con las flores del jardín de decenas, y hasta de una centena de ancianitas, que lloraban la muerte del Poncha. Su entierro pareció un desfile, el cementerio no había visto tantas lágrimas juntas. Y esas ancianitas clamaban a Dios diciendo, ¿y ahora quien velará por nosotros?, ¿ahora Dios, quién me llevará la comida?, ¿mi medicina, señor? gritaba otra. Y los ruegos, los llantos, los lamentos se confundían por la cantidad, por la vastedad.
Poncha había dedicado su vida a vender droga, no puedo decir que era un ángel, tampoco un demonio. Sé que esta en el cielo, por ser hijo de Dios; y si el cielo se gana por obras buenas o se pierde por obras malas, en lo que no creo, pero en el caso que fuera así; el Poncha esta en el cielo; pues su único medio para hacer caridad a decenas y casi un centenar de ancianas que mantenía, que daba de comer y curaba con dinero sucio, ellas oraron lo suficiente por el perdón de sus pecados; aún y cuando éste no exista.
El Poncha esta en el cielo; no justifico la venta de droga, pero estas ancianas ya no tienen quien les de de comer. Finalmente, nuestras instituciones deberían hacer más por la gente; quizá entonces tuvieramos menos de que lamentarnos.
0 comentarios :
Publicar un comentario