Escrito original de Daniel Joya. El correo de Daniel es danjoyas@yahoo.com.
IX
Salió del aeropuerto impactado por el mar de gente arremolinada en el área de espera. Siguió caminando entre la masa humana como escondiéndose de caras conocidas, pues le avergonzaba su condición de deportado. En algún instante hubo de titubear antes de encontrar escapatoria hacia la calle, pero salió con paso firme, sin reparar en las mujeres presentes, que se habían maquillado para la ocasión y los vendedores ambulantes que aparecían sin aviso, mostrando todo tipo de mercancía barata a la que con labia inflaban su calidad. Se vendía desde agua helada, pasando por mango tierno picado, revuelto en sal y limón, sin dejar los billetes de lotería y arreglos florales finamente elaborados, hasta servicios de taxi, limousine y guía turística que en muchos casos incluía escort femenino. La salida de la terminal aérea convertida en mercado de empresarios ambulantes era lo que menos esperó encontrar.Cuando se fue su país agro exportador se quejaba de comenzar una década perdida al filo de la guerra. En esos tiempos todavía se explotaba la tierra. Recordó las dos manzanas de milpa de todos los años, en las que intercalaba pipianes, ayotes, frijoles guataleros y maicillo. Era la época de la yunta de bueyes acarreando la cosecha. A estas alturas parecía que nadie quería sembrar y que al igual que en su tiempo, solo que ahora no por culpa del servicio militar ni la guerra, sino ante la falta de perspectivas, una vez en la adolescencia los muchachos se apresuraban a escapar de la patria. Su tierra pasó de las relaciones feudaloides de producción a la modernización abundante de plástico chino, metal reciclado y especulación financiera con la que modernizada la economía facilitaba descapitalizar a las familias receptoras de remesas.
Cruzó la calle y al otro lado el concreto del parque parecía levantar una pesada corriente de calor que cual ola corrompía cada centímetro del ambiente. La camisa se pegaba a su cuerpo bañado por el sudor, molestándole la sensación a polvo, ya que su cuerpo, por años auto-exiliado, desconocía ese viejo ambiente que le hacia sentir extraño en su propio suelo, sin saber con certeza a donde ir, a cual número llamar, y ante todo, como ocultar frente a los conocidos la condición de su regreso. Peor aún, no quería parecerse a los otros que venían con él, porque a diferencia de los once mareros trasladados en su mismo avión, fue detenido camino al trabajo y no congregado en pandillas ni cometiendo fechorias. De haber sabido que la policía lo pararía, no hubiese intentado correr a 50 millas por hora en aquel vecindario con señales de 15 milles. El oficial que con cámara en mano le detectó desde la siguiente esquina, le pidió la registracion y seguro del vehiculo, así como la licencia de conducir, se llevó los papeles a la patrulla, pasados diez minutos de llamar por radio y revisar en la computadora de su cruise otras tres patrullas llegaron a reforzar, rodearon su troca, se le mandó bajarse con las manos sobre la cabeza y una vez detenido lo reportaron a migración.
Los pandilleros no eran santos de su devoción y su persona distaba del behavior de aquellos jóvenes. No obstante, lo pusieron en la misma fila, con esposas y cadenas, le llovieron las mismas vistas curiosas, que con mínima simpatía y bastante recelo, putiándolos en silencio, los siguieron con la vista hasta la cola del avión. No importaron diferencias de edad y actitud; les trataron cual escoria social, bicho raro y peligroso, tanto que ni las aeromozas se les acercaron a ofrecerles un vaso con agua. Desconcertado se sentó bajo un árbol de laurel de la India, queriendo poner en orden sus ideas y disponer lo que haría a continuación. Su familia quedaba a miles de millas al norte, pendiente de pagar los bills y el mortgage de la townhouse, ahh, también la letra de la Toyota Tundra; esa que para apantallar a sus amigos se jactaba de haber comprado cash. Y es que entre los Salvadoreños, antes que aterrizar en tierra, existe una especie de ego que no permite aceptar segundos o terceros lugares. De ahí que, no la mentira sino la exageración de las cosas convierte a loosers en los campeones, poseedores de lo mejor y capaces de las más grandes proezas. Machistas hasta la coronilla, no hay
quien supere a los Salvatrucos, con más huevos que un toro, ingeniosos para la paja, sofistas a los que nadie engaña y atrevidos tratándose de asuntos peligrosos. Esa misma predisposición innata llevó a nuestro personaje a incendiar media docena de vehículos (incluida una patrulla de la Policía Metropolitana) en la Mount Pleasant, a inicios de los noventa, cuando el Distrito de Columbia ardió por segunda vez (la primera fue con motivo del asesinato de Martin Luther King). Por llevársela de hombre también fue detenido la ocasión cuando borracho decidió romperse la trompa con dos chelitos amanerados que encontró en el parqueo de su vecindario y que luego resultaron ser agentes del Secret Service. Por esa y toda una acumulación de broncas, incluidas las obvias exageraciones de su caso de asilo político, perdió el estatus migratorio, quedando en deportación luego de no cumplir con la promesa de salida voluntaria.
Pero como los machos también tienen su lado flaco, el bienestar de la familia venia a ser su talón de Aquiles. Le sobrevenían salivas amargas y sentimiento de
impotencia pensando en como harían los suyos sin su aporte mensual. Aguevado por primera vez en la vida, le preocupaba como harían su mujer e hijos para correr con todos los gastos de la casa. Si bien conseguir cinco mil dólares para él en su trabajo de contratista de remodelación no representaba un reto extraordinario; ese par de pesos los sacaba de cualquier pequeño contrato, en cambio para su mujer que consumía su vida en la dryclean de los coreanos, significaban tres meses de trabajo. A todo esto se le sumaba su hija iniciando el college, el niño menor todavía en la Elementary School pero demandando juguetes caros, el de catorce vistiendo ropa de marca y el hijo mayor que no trabajaba, mas debía pagar a través de la corte por un error cometido dos años atrás, esa vez que borracho olvidó ponerse condón y hoy le representaba ochocientos dólares en concepto de child support para el hijo que su novia no quiso abortar. ¡Dios santo!, ¡que tragedia!, eso no era lo que quería para su familia ni por lo que gastó los mejores años de su juventud.
Pensando en su familia, el centro de su atención, iba recordando a todo mundo, uno por uno, incluida la prima de su mujer, una virgen en el sentido completo de la
palabra, quien ni antes, ni durante, ni después de alcanzar pisar el lado del sueño
americano hubo conocido la desnudez de un hombre. Sus convicciones de evangélica la mantenían del trabajo a la casa y de la casa a la iglesia. Se afanaba duro en el empleo y dedicaba los ratos de descanso al culto de su fe y la evangelización en los lugares más concurridos de Langley Park, Maryland. Esa santa mujer de caderas anchas y glúteos levantados presentaba unas piernas tan gruesas y estrechas, que de andar con sus tragos se le habría abalanzado ese día que por accidente la encontró desvestida en la tina de baño. ¡Ah primita tan sabrosa!, los pechos se le veían duritos y la cintura bien hechita; por ella seria capaz de abandonar por algunos meses a su mujer. Era una muchacha de hablar suave, con perfecta entonación de cada palabra, exactas pausa, puntos, comas, énfasis y esperas para escuchar. Sus labios asemejaban un pequeño corazón sellando la boquita, sus cabellos caídos sobre los hombros y la cinturita de avispa completaban el taquito de ojo que a cualquiera entusiasmaban.
¿Como estarían todos ahora con la deportación del aporte significativo del hogar?,
¿será que podrán llevar toda la carga económica sin lo cuantioso de su income?, ¿Cuáles serian los amigos que se pusieron a la orden de la familia?, si es que hubo algún amigo de esa talla, ¿seguirían llegando los tipos raros, de arito y pelo colorico, que frecuentaban a su hija?, ¿y el novio de la prima?, ¿tendría este ahora pretextos para quedarse en su casa e intentar usar su sala como hotel?, ¿hasta cuando volvería a disfrutar de los partidos del DC United desde la comodidad de su seccional y el plasma TV con sonido dolbystereo?. Todos los lujos materiales a los que ya estaba acostumbrado se quedaron en el Norte, a miles de millas de su nuevo e incierto destino.
Le dolía pensar que el novio de la prima fuese el beneficiado con el uso de sus cosas. El novio de la prima era un pícaro que ésta conoció en el camino a la USA, quien por interés en la joven, no obstante tener destinado quedarse en Texas, se movió hacia Washington DC, para estar más cerca de su amada. De este tipo al que nunca le tuvo confianza solo conocían su manía de mascar chicle, la afición por la comida china y preferencia por botas tacón alto. Era un mentirosísimo que hablaba como Mejicano, se refería únicamente a lugares del occidente Salvadoreño, pero aseguraba ser hondureño, al que en su trabajo llamaban Leonel, recibía correspondencia bajo el nombre de Lucas, sus documentos chuecos decían Pedro, y en el circulo de amigos prefería ser Elías a secas, sin apelativo. El tunante se obsesionó sobremanera con la chica y al segundo servicio
religioso que le acompañó decidió pasar al frente para demostrar su paso de fe, tomar clases de bautismo y buscando estar siempre alrededor de sus intereses se apuntaba en cada ministerio en que ella participara. El baboso le caía cual purgante en mañana de goma. Era una molestia absorbente que aunque diestro en la construcción, buscó trabajo en la misma compañía de limpieza en que ella trabajaba. La llevaba al trabajo y traía de vuelta a casa, luego se iban juntos a la iglesia, se quedaba a cenar, y para colmo seguía platicando con ella en la sala hasta que todos se iban a dormir. Era una garrapata que de yerno lo habría agarrado del buche, puesto la pistola entre las dos cejas y convencido que se perdiera para siempre de la vista de todos.
Pero su familia también contaba entre la fila no oficial de miembros a la bola de metidos que frecuentaban la casa, los familiares y amigos, los que decían ser familiares o amigos, incluido un caribeño, parece que de Jamaica, que resultó declararse primo del viejo, según exhaustivas revisiones del árbol genealógico de ambos. Ese aunque imperfecto era su hogar, su círculo de gente, el contexto de su mundo construido con todos sus esfuerzos en la guarida del Tío Sam. Con todo y los defectos ese era el ambiente que por hoy extrañaba, al que estaba seguro pertenecer. No le quedaba de otra que regresar a como fuera, correr con los costos y riesgos que hubiere de correr, ya que su patria hacia mucho dejó de quererle.
Estaba decidido, buscaría un coyote de esos efectivos en burlar la migra, que lo devolviera al norte en unas cuantas semanas. Este desdichado ya no pertenecía al territorio Salvadoreño sino a la nueva patria que lo vomitó hacia donde nunca sintió justo haber nacido. Absorto en reflexiones sintió de pronto que se le encresparon todos los huesos, sudó helado, tuvo profundo miedo, le zumbaron los oídos, se mareó y colapsó contra una de las esquinas del concreto que rodeaba los laureles de la india del parqueo del aeropuerto. En fracción de segundo todo le dio vueltas, perdiendo la conciencia. La dureza del filo que golpeó su cráneo fue más fuerte que sus deseos de ponerse de pie y su resistencia a seguir despierto. En uno de los siguientes amaneceres despertó sobre una cama de hospital, todavía resintiendo el fuerte golpe en su cabeza, aturdido por las medicinas, pero, igual que las aves migratorias, aun decidido a reemprender vuelo al Norte...
Daniel Joya
Silver Spring, Maryland, 2007
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