jueves, 1 de octubre de 2009

Encontrando a Dios


Nota: Recibí esto de una persona muy querida por mí, un abrazo para ella. Lo he traducido y adaptado a Frijolitos Salvadoreños; espero les guste.

Erase una vez un niñito, un cipotío de Apaneca, que quería conocer a Dios.

Este bichito sabía que iba a ser un largo viaje, imagínense llegar hasta donde vive Dios. Así que el chiquito en mención empaco toda suerte de cosas en su pequeña maleta, churros, quesitos de la diana, dos que tres jocotes y un puñado de mango, ah pero no falto el six pack de Coca Cola en lata. Una vez empacado comenzó su viaje.

Cuando ya había caminado como unas tres cuadras se encontró con un viejito. Éste se encontraba sentado en el parque del pueblo dándoles maicillo a unas palomas. El bichito se sentó a la par del viejito, un viejito con olor a viejo, con zapatos color de viejito y además con sombrero de viejito; una vez el niño se sintió cómodo abrió su maleta; y justo cuando iba a sacar la primera coca cola, se dio cuenta que el viejito se le había quedado viendo, y el pobre tenía cara de mucha hambre; de verdad pensó el niño que este abuelito debe tener hambre, pues que cara la que tiene; así que ni lento, ni perezoso saco una bolsa de churros y se la ofreció al viejito.

El ancianito muy agradecido acepto la bolsa de churritos y le sonrió al niño. Su sonrisa era tan agradable, tan cálida y bondadosa que valía la pena volverla a ver; así que el cipote saco una coca cola y se la dio en el mismo acto.

Nuevamente el señor le sonrío al niño. El chiquitín estaba encantado. Y los dos pasaron allí toda la tarde comiendo y sonriendo; pero jamás pronunciaron una palabra.

Cuando ya estaba anocheciendo y el frio que baja del cerro le comenzó a pegar directito en la espalda, el niño se dio cuenta de lo cansado que estaba y de las ganas que tenía de estar en su cama, allá en el cuarto con olor a café de la cocina vieja de la casa de adobe donde vivía; así que sin pensarlo mucho se paro y agarro camino, sin embargo a los pocos pasos, se regreso; y corrió hacía el viejito con olor a viejito de pueblo, con olor a finca y humedad en su ropa, y le dio un abrazo de niño, uno de verdad, uno sincero y silencioso.

El anciano le sonrió de una manera magnifica, con la sonrisa más grande del mundo.

Cuando el niño llego a su casa y abrió la puerta, la mamá se quedo sorprendida con la mirada llena de gracia que el niño llevaba. Inmediatamente le pregunto: ¿y vos que hiciste que tenes esa cara de contento? Ummm, murmuro la señora, haber decime ¿qué hiciste para andar tan feliz?

Y el niño en su inocencia respondió, "hoy almorcé con Dios", y antes de que la mamá pudiera decir pío, agregó el niño; ¿sabes qué?, Dios tiene la sonrisa más linda que yo haya visto en toda mi vida, enseñando sus 4 deditos de la mano izquierda. De verdad mami, vieras que sonrisa más chula la que tiene Dios, es preciosa, es bien chiva y que rico se siente cuando Dios le sonríe a uno, le termino diciendo el niño.

Mientras tanto, en otra casa del pueblo, en una con olor a viejito de pueblo, con olor a humedad y con olor a muebles viejos, entraba el anciano del parque, con su rostro radiante de felicidad, con un gozo en su semblante que lo hacía parecer extraño; tanto así que su hijo, aquel con el que había discutido ese día por que había andado borracho, le dijo:

Oiga papá y ¿qué hizo usted ahora?, ¿de dónde viene?, ¿a quién vio usted? ¿En qué ha andado que viene tan feliz?, tan, tan diferente, tan lleno de amor y alegría, aja, dígame de donde viene que yo también quiero ir allí.

Y el viejito sin esperar más le dijo: sabes qué hijo, hoy en el parque comí churritos y tome coca con Dios; y sabes qué hijo lindo, Dios es más joven de lo que yo jamás hubiera pensado.

Autor desconocido

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