Hoy en la mañana se me antojaba un cafecito con canela, uno de esos que hacen en olla de barro, ese cafecito que se muele en el molino local y que tanto aroma causa en la casa que hasta el vecino llega a tomarse unas cuantas tazas del mismo.
Ese cafecito sirviò de antesala a una conversaciòn interesantìsima sobre Monseñor Romero, ese Santo entre los Santos que diò la vida por el amor a su gente. El personaje con quien conversaba fue su chofer, su amigo, y hasta con quien màs allà de la fe, Monseñor Romero se cuasi confesaba.
Gracias a èl podrè contar un par de historias, historias màs allà de la iglesia y de lo que comùnmente se habla. Para el Loco Chema, Monseñor fue un Santo desde mucho antes de tomar el Arzobispado de San Salvador. Monseñor Romero, dice Chema, no era de izquierda, pero tampoco de derecha; era un hombre al que le gustaba orar en silencio, en el silencio y privacidad de los cafetales de oriente; un hombre que siempre tenìa a Dios presente en su vida y sus actos.
Monseñor Romero era màs que un pastor, era un pastor que cuidaba de sus ovejas màs allà de lo que la apariencia y los ojos pueden percibir. Usaba manos prestadas para actuar en el anonimato que su amor requirìa para los demàs.
Con este cafecito con canela, como le gustaba tomar a Monseñor inicio una serie de relatos verìdicos de este Santo Salvadoreño.
El primero y el màs corto es cuando pedìa que lo llevaran a los cafetales, en lo alto de la montaña y se retiraba en silencio, a orar, un dìa este amigo tuvo el valor de preguntar por que se retiraba, y la respuesta fue: Dios esta en todas partes, y sobre todo en nuestro interior, pero es màs fàcil escucharlo cuando estamos en silencio y lejos de lo que nos distrae; el cafetal es parte de la esencia de Dios, donde no tengo distracciones.
Moro
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